De parches y pinchazos

Podría hablaros de la mezcla de sorpresa y frustación que sentí al ver aquel espectáculo de cámaras y cubiertas pinchadas; podría contaros, tal cual, el patético regreso hasta el hogar, bicicleta en mano y sentimiento de derrota en la sombra, las risas de otros caminantes, el chirrido rufián de la rueda reventada. Pero daros a conocer lo funesto no alivia la carga.

Rumiaba en la cabeza la entrada, hoy relacionada con la Educación (espacio patrocinado por la FCOM) y el cabreo aumentaba mucho más, algo comprensible si advierto que tardé una hora y diez minutos en llegar andando (cargando una bici) desde el Parque de María Luísa hasta el final de Su Eminencia, ya colindando con la SE-30.

Al llegar subí a casa y dejé la carga en la terraza mientras explicaba a mis padres de qué manera había trocado una relajante hora de natación por otra de terrible arrastre de bicicleta pesada. Fue entonces cuando mi suerte cambió, el día daba paso a la noche y mi padre me enseñaba los trucos para arreglar desastres como el de hoy.

Ahí estaba, muchos kilos de hombre, muchos kilos de padre, arrodillado ante mí, llave inglesa en mano y descubriéndome un maravilloso mundo de cubiertas y piñones, de cámaras y parches, mientras la bicicleta se desangraba delante de nosotros, por un lado el aceite, por otro el esqueleto… Para encontrar el pinchazo, infla toda la cámara y atiende bien por si escuchas como escapa el aire.

Yo asentía mientras él desmontaba la pieza. Humedece la cámara si así lo ves mejor, después cuando sepas donde está el problema, debes limar la superficie y utilizar pegamento. Coloca el parche encima y apriétalo lo más que pueda. Mi padre, rodillas, aceite, terraza, la cadena desprendida de la bicicleta, es posible que sólo estuviera enseñándome a poner un parche a un pinchazo, pero me dio la sensación de que mi padre me daba la receta contra los problemas que algún día no muy lejano acabarán por llegar